domingo, 5 de julio de 2009
Nueva actividad
www.slideshare.net/.../mitos-sobre-la-adolescencia
Mitos de la adolescencia
Los mitos pueden tener o no una base real; pero, básicamente, son construcciones colectivas que no se refieren a hechos reales, sino que responden a nuestros deseos y temores. Los críticos sociales señalan que los sistemas de creencias tienden a apoyar el statu quo. De modo que se atribuyen las expectativas del grupo a la ley natural, a la sabiduría antigua y a las diversas doctrinas. La resultante es que, una vez elaborado el mito, las personas (incluidos los profesionales) vacilan en cuestionarlo. La realidad es que los mitos nos dan una estructura, simplifican realidades complejas (a veces sobrecogedoras) y nos proveen con explicaciones causa-efecto que nos hacen sentir mejor.Sin embargo, cuando los consideramos una verdad incontrovertible, inhibimos nuestra capacidad de entender y adaptarse a situaciones nuevas. El propósito, pues, de este espacio es el de alertar sobre la presencia de mitos anticuados, destructivos y persistentes acerca de los adolescentes; mitos que contribuyen a crear obstáculos a una relación de guía cordial y honesta.
Los mitos pueden tener o no una base real; pero, básicamente, son construcciones colectivas que no se refieren a hechos reales, sino que responden a nuestros deseos y temores. Los críticos sociales señalan que los sistemas de creencias tienden a apoyar el statu quo. De modo que se atribuyen las expectativas del grupo a la ley natural, a la sabiduría antigua y a las diversas doctrinas. La resultante es que, una vez elaborado el mito, las personas (incluidos los profesionales) vacilan en cuestionarlo. La realidad es que los mitos nos dan una estructura, simplifican realidades complejas (a veces sobrecogedoras) y nos proveen con explicaciones causa-efecto que nos hacen sentir mejor.Sin embargo, cuando los consideramos una verdad incontrovertible, inhibimos nuestra capacidad de entender y adaptarse a situaciones nuevas. El propósito, pues, de este espacio es el de alertar sobre la presencia de mitos anticuados, destructivos y persistentes acerca de los adolescentes; mitos que contribuyen a crear obstáculos a una relación de guía cordial y honesta.
Escogemos para nuestro análisis los cinco mitos que se encuentran de manera omnipresente en la literatura no especializada y en la profesional que asumen temas acerca de la adolescencia. Se trata de los siguientes:-
"El desarrollo del adolescente normal es turbulento."- "La adolescencia es un período de gran emotividad."- "La pubertad es un suceso negativo para los adolescentes."- "La adolescencia es un período con alto riesgo de suicidio."- "El pensamiento de los adolescentes es irracional e infantil.
Primer mito: "El desarrollo del adolescente normal es turbulento".
Históricamente esto ha sido descrito con mucha frecuencia, tanto en la literatura mundial propiamente dicha (como es el caso del Werther de Goethe) como en la profesional. El origen de esta aseveración, razonable en apariencia, es sin duda el hecho de la aparición clara y evidente de conductas delictivas y enfermedades mentales durante la adolescencia (si bien una observación más profunda tanto de los adolescentes enfermos como de los delincuentes podría haber detectado dificultades tempranas durante la infancia). Desafortunadamente, muchos especialistas que sólo trabajan con poblaciones de adolescentes con trastornos psiquiátricos llegaron sin fundamento a la conclusión de que si un adolescente no pasa por un período turbulento, por una crisis de identidad, estará destinado a ser un adulto perturbado. No hay, por supuesto, ningún estudio que confirme dicha creencia. Está claramente demostrado que el 80 % de los adolescentes no pasan por un período tumultuoso, se llevan bien con sus padres y sus familiares, les gusta estudiar y trabajar, y se interesan por los valores sociales y culturales circundantes. La mayoría de los jóvenes, pues, pasan por la adolescencia con desequilibrio escaso o ausente. Indudablemente, un número grande de adolescentes pasan por momentos de gran sufrimiento, pero se trata de sentimientos internos, subjetivos. La adquisición de la madurez del adulto es un proceso gradual y sin grandes sacudidas.
Segundo mito: "La adolescencia es un periodo de gran emotividad".
Esto es un corolario del primer mito, que insiste en caracterizar la vida emocional del adolescente como un vendaval de cambios del estado de ánimo, llegando con frecuencia a límites extremos. La hipótesis que intenta explicar esta supuesta emotividad descontrolada es que surge debido a los profundos cambios biológicos y sociales que acompañan a la pubertad.Los estudios que se han realizado no han mostrado diferencia alguna entre la emotividad de los niños y la de los adolescentes. Estos hallazgos sugieren que el comienzo de la adolescencia no se asocia con diferencias apreciables en la variedad de los estados emocionales experimentados en la vida cotidiana. Lo que sí hay es una relación lineal entre la edad y los estados emocionales: cuanto mayor es el adolescente, más negativo es el estado de ánimo. Y es probable que esto se deba a que las crecientes obligaciones y responsabilidades escolares y/o laborales contemporáneas han creado más estrés e infelicidad
Tercer mito: "La pubertad es un suceso negativo para los adolescentes".
Es tradicional considerar que los cambios hormonales son supuestamente responsables y causantes del desequilibrio emocional en la etapa puberal. Y durante muchos años se ha creído, por tanto, que los cambios puberales resultan penosos y amenazantes para los adolescentes.La realidad es que la influencia hormonal sobre la emotividad ni es particularmente potente ni es persistente. En cambio, lo que se entiende por culturalmente deseable sí que tiene un gran impacto sobre el desarrollo adolescente. Como es, por ejemplo, el aumento de peso, normal para la chica púber, y que es un factor importante en la disconformidad femenina con el propio cuerpo. Otra consideración a tener en cuenta es si el proceso puberal lo encuentra el chico en coincidencia o desfasado con respecto a sus compañeros.
Cuarto mito: "La adolescencia es un período con alto riesgo de suicidio".
La creencia general y la de muchos profesionales siempre ha sido que durante este período de la vida se da el mayor número de suicidios. Sin embargo, la recopilación de datos demográficos ha demostrado que, excluyendo la infancia, la adolescencia es el período de la vida en el que se da la menor proporción de gente que se suicida. Lo que sí han descubierto los autores estudiosos del tema es que parece haber una relación directa entre el aumento en la proporción de la población adolescente y el incremento en el número de suicidios (a lo que denominan, estadísticamente, el fenómeno de cohorte). Otro hallazgo es que hay una clara relación entre la insatisfacción por la autoimagen de los adolescentes y la conducta suicida.
Quinto mito: "El pensamiento de los adolescentes es irracional e infantil".
Los juristas y los profesionales de la sanidad debaten actualmente cuándo se puede aceptar que un adolescente es responsable de sus acciones, cuándo puede dar consentimiento a un tratamiento médico y psiquiátrico; en otras palabras: cuándo puede considerarse que piensa como un adulto.La adolescencia es el período de la vida en que surgen las operaciones mentales formales, comienzan a formularse hipótesis y pueden establecerse conclusiones. También, los adolescentes adquieren la capacidad de "ponerse en los zapatos de otro" y, especialmente en el sexo femenino, desarrollan la capacidad de sentir empatía y practicar el altruismo. Las nuevas habilidades del pensamiento permiten al joven reconstruir su niñez y verla bajo una luz muy diferente de como la percibía cuando era niño... Y así podríamos seguir señalando características diferenciales y de madurez del pensamiento adolescente.Conclusiones prácticas.¿Por qué es importante denunciar estos mitos acerca del desarrollo adolescente? En primer lugar para alertar a padres, maestros y pediatras de que, aún hoy en día, grandes sectores profesionales mantienen un punto de vista inapropiado acerca de la adolescencia, considerándola una fase en la que se espera la conducta anormal. De no reconocer este mito de "la anormalidad adolescente" se corre el alto riesgo de no identificar a tiempo lo que es patológico y realmente peligroso. Es decir: si se pierde la oportunidad del diagnóstico precoz y la intervención temprana, el curso, por ejemplo, de un trastorno mental podrá hacerse más severo y crónico.No hay que olvidar que muchas de las descripciones tradicionales de los adolescentes están meramente basadas en creencias y convicciones, a menudo originadas en conceptos psicoanalíticos, y no en investigaciones contrastadas. Así, del análisis de los estudios modernos de prevalencia de perturbaciones psicoemocionales en la población adolescente puede concluirse que:- La inmensa mayoría de los jóvenes no tienen una adolescencia turbulenta.- No pasan por un período de gran emotividad (en comparación con su niñez).- La adolescencia no es un período de alto riesgo de suicidio.- El pensamiento adolescente es distinto del infantil, pudiendo destacarse por su nivel de racionalidad y capacidad de elaboración.Casi todo lo que es grande ha sido obra de la juventud. Es el inmenso potencial de energía juvenil lo que ha hecho posible avanzar a la humanidad. La juventud, cuando no se “agilipolla”, arrasa, porque es una fuerza de la Naturaleza. Cuando uno es joven, tiene mañanas triunfales, y la adolescencia no es sino una sucesión de mañanas. Siempre es por la mañana.Nadie pone en duda que la juventud es la fuerza creadora por excelencia. Basta recordar algunas de las personas que durante su etapa juvenil consolidaron su nombre en la historia: Alejandro Magno, a los 20 años, ya era rey de Macedonia, y a los 27 había conquistado todo el mundo civilizado; Miguel Ángel, a los 17 años, había esculpido La Batalla de Centauros y La Piedad; Blaise Pascal, a los 16 años, ya había escrito un libro sobre geometría e inventó la máquina de sumar a los 19; James Watt tuvo la idea de su máquina de vapor a los 25 años; Ludwig van Beethoven, a los 13 años, escribió sus primeras composiciones y sus famosos cuartetos a los 15 años; Michael Faraday inventó el motor eléctrico a los 21 años; Samuel Colt, a los 17, realizó su primer modelo de revólver en metal; Alexandre Graham Bell concibió a los 22 años la idea de un teléfono sin hilos; Thomas Alva Edison inventó a los 17 años el telégrafo; Charles Martin Hall fue el primer hombre que, a sus 23 años, obtuvo aluminio por electrólisis; los hermanos Wright, Wilbur y Orville iniciaron a los 20 años sus estudios sobre el avión a motor; Albert Einstein desarrolló a los 26 años su teoría de la relatividad... Y a esta lista pueden añadirse cantidad de nombres de jóvenes actuales, que ya en su más temprana adolescencia eran destacados físicos, pintores, cantantes, diseñadores, inventores, etc.El sentirse acompañado toda la vida de las características de la juventud, con sus rasgos típicos de inmadurez e ingenuidad, es algo que se identifica siempre en las personas creativas. A la juventud se le ha llamado "talento perecedero" pero, quizá, talento y originalidad son aspectos siempre propios de la juventud, y el ser humano creativo es irremediablemente juvenil.
Actividades
1.- ¿ Qué significado tiene la palabra " mito" en este texto?
2- Escribe una síntesis explicitándolos
3.- Elabora tres preguntas que le harías a tus alumnos acerca de este tema.
domingo, 14 de junio de 2009
LA IDENTIFICACIÓN EN LA ADOLESCENCIA: TIEMPOS DIFICILES
Silvia Bleichmar
Publicado en Revista Encrucijadas de la Universidad de Buenos Aires, Año 2, Nº 15, Enero 2002.
La adolescencia es un tiempo abierto a la resignificación y a la producción de dos tipos de procesos de recomposición psíquica: aquellos que determinan los modos de concreción de la sexualidad, por una parte, y los que remiten a la reformulación de ideales que luego encontrarán destino en la juventud temprana y en la adultez definitiva. Pero estos procesos están indisolublemente ligados a las condiciones históricas imperantes, particularmente difíciles hoy en la Argentina.
Qué resta de la adolescencia como período en el cual ya han culminado las tareas de la infancia y se instaura una vía hacia la adultez constituye un interrogante no sólo retórico o de interés sociológico; su formulación está indisolublemente unida a las condiciones actuales de ejercicio de los procesos de subjetivación. En razón de lo cual la posibilidad de esbozar una respuesta se abre hacia la exploración de las circunstancias inéditas que imponen el ejercicio de la vida de la sociedad en su conjunto, lo cual nos obliga a proponer que abordar la problemática de la identidad tanto en la actualidad como en sus perspectivas futuras constituye una cuestión que no sólo se despliega por relación a la actividad intelectual específica que nos ocupa, sino que pone en juego nuestra implicación de sujetos históricos en riesgo.No es excesivo afirmar que la dureza de los tiempos compulsa a un atravesamiento en el cual la conservación de la calma para el accionar científico no puede diluirse en una distancia abstinente que nos deje inermes ante aquello que nos captura desde el exterior, lo cual no implica, necesariamente, que la objetividad se pierda por este atravesamiento. Podríamos incluso atrevernos a decir que, en tiempos de estertor histórico, cuando grandes sufrimientos atrapan la cotidianidad de los actores, no es posible objetividad sin implicación, y el entomólogo psicoanalítico o social corre el riesgo de perderse en su especulación si la distancia que genera respecto del objeto es de tal tipo que la realidad se torne borrosa.En razón de ello es que no hablaré del estallido de la perspectiva identificante de la adolescencia en Samoa, ni tampoco en París o Nueva York, no aludiré a ningún tipo de globalización que declame de manera abstracta sobre la sociedad arrojada a la era del vacío, sino que me abocaré simplemente a entrelazar algunas categorías generales respecto del concepto de identificación y de la noción de adolescencia, con los efectos que las condiciones históricas de esta región del mundo imponen para su constitución.
La adolescencia es un tiempo abierto a la resignificación y a la producción de dos tipos de procesos de recomposición psíquica: aquellos que determinan los modos de concreción de la sexualidad, por una parte, y los que remiten a la reformulación de ideales que luego encontrarán destino en la juventud temprana y en la adultez definitiva. Pero estos procesos están indisolublemente ligados a las condiciones históricas imperantes, particularmente difíciles hoy en la Argentina.
Qué resta de la adolescencia como período en el cual ya han culminado las tareas de la infancia y se instaura una vía hacia la adultez constituye un interrogante no sólo retórico o de interés sociológico; su formulación está indisolublemente unida a las condiciones actuales de ejercicio de los procesos de subjetivación. En razón de lo cual la posibilidad de esbozar una respuesta se abre hacia la exploración de las circunstancias inéditas que imponen el ejercicio de la vida de la sociedad en su conjunto, lo cual nos obliga a proponer que abordar la problemática de la identidad tanto en la actualidad como en sus perspectivas futuras constituye una cuestión que no sólo se despliega por relación a la actividad intelectual específica que nos ocupa, sino que pone en juego nuestra implicación de sujetos históricos en riesgo.No es excesivo afirmar que la dureza de los tiempos compulsa a un atravesamiento en el cual la conservación de la calma para el accionar científico no puede diluirse en una distancia abstinente que nos deje inermes ante aquello que nos captura desde el exterior, lo cual no implica, necesariamente, que la objetividad se pierda por este atravesamiento. Podríamos incluso atrevernos a decir que, en tiempos de estertor histórico, cuando grandes sufrimientos atrapan la cotidianidad de los actores, no es posible objetividad sin implicación, y el entomólogo psicoanalítico o social corre el riesgo de perderse en su especulación si la distancia que genera respecto del objeto es de tal tipo que la realidad se torne borrosa.En razón de ello es que no hablaré del estallido de la perspectiva identificante de la adolescencia en Samoa, ni tampoco en París o Nueva York, no aludiré a ningún tipo de globalización que declame de manera abstracta sobre la sociedad arrojada a la era del vacío, sino que me abocaré simplemente a entrelazar algunas categorías generales respecto del concepto de identificación y de la noción de adolescencia, con los efectos que las condiciones históricas de esta región del mundo imponen para su constitución.
Tiempo de cambio
Conocemos la adolescencia como categoría que alude, desde el punto de vista del proceso de constitución psíquica, al tiempo en el cual se despliegan los modos de definición que llevan a la asunción más o menos estable de la identidad sexual y a la recomposición de las formas de la identificación, las cuales se desanudan de aquellas propuestas originarias que marcaron las líneas que articulan las relaciones constitutivas enlazadas a los adultos significativos de la primera infancia –que cada vez más debemos ser cuidadosos de no diluir en la de progenitores- para abrirse a modelos intergeneracionales o de recomposición de los ideales en un proceso simbólico más desencarnado de los vínculos primarios.Desde esta perspectiva, la adolescencia es un tiempo abierto a la resignificación y a la producción de dos tipos de procesos de recomposición psíquica: aquellos que determinan los modos de concreción de las tareas vinculadas a la sexualidad, por una parte, y los que remiten a la desconstrucción de las propuestas originarias y a la reformulación de ideales que luego encontrarán destino en la juventud temprana y en la adultez definitiva.Con respecto a las tareas vinculadas a la sexualidad, es indudable que hay cambios, y que la dirección no se avizora aún, si bien algunas transformaciones son evidentes. Por una parte –me limitaré a Occidente y a aquellos sectores que atravesaron la modernidad- han cambiado las pautas de iniciación sexual. Al eclipsarse la reificación de la virginidad, mientras las niñas se encaminan alegremente a sus primeras relaciones, que consideran un rito iniciático de la feminidad, los varones se confrontan a la exigencia de masculinidad y potencia, lo cual transforma esta iniciación en un examen que garantiza a través del desempeño sus posibilidades futuras y corrobora la identidad.Habiendo dejado la familia de ser el lugar de impartición privilegiado de información en razón de que los medios han tomado a su cargo esta función, y habiendo quedado el semejante en función de mediador y metabolizador de información y ya no como fuente de proveniencia de la misma, los modelos identificatorios de la sexualidad no circulan alrededor de las figuras del entorno inmediato sino de personajes virtuales que han devenido familiares, al punto de que su destino y modos de operar forman parte del entretejido cotidiano y se convierten en opciones de cotejo intrageneracional.La identificación sexuada a la generación anterior estalla, y a diferencia de lo que ocurrió en los años ’60 con la llamada liberación sexual, cuyo estallido implicaba un enfrentamiento –lo cual es siempre, en última instancia, del orden del enlace-, actualmente las pautas de las generaciones anteriores no interesan, ni siquiera como frente de oposición, y se genera una nueva asimetría, en este caso sincrónica, entre esas figuras mediáticas cuyo ascendiente forma opinión y quienes deben acceder a la identificación sexual estable. De ahí también la importancia de los reality shows, que constituyen un modo de ensayo virtual pero no ficcional –al menos en el imaginario colectivo -, en cuya discusión se enfrascan los adolescentes y jóvenes barajando opciones y posibilidades, proyectando y asimilando modos de respuesta ante las tareas propuestas, las cuales siempre se definen por el modo de resolución de los conflictos intersubjetivos.Respecto del segundo aspecto, aquel que atañe a la desconstrucción de significaciones y a la recomposición de valores que el período de adolescencia impone – vale decir, a la asunción metabólica de enunciados que fueron aceptados o rechazados en la infancia por su proveniencia del adulto significativo-, es indudable que éste se presenta con mayor complejidad que en otras épocas, en razón de que la historia misma ha devastado significaciones operantes hasta hace pocos años, y las generaciones que tienen a su cargo el completamiento de la crianza de quienes vendrán a relevarlos en el proceso reproductivo y social se ven despojadas ya no de certezas sino de propuestas mínimas a ofrecer.Esto es evidente, en primer plano, en lo que hace a la familia y a la elección de profesión. Las significaciones que estructuran representaciones del mundo en el cual se designan los fines de la acción se muestran hoy ineficaces para enfrentar, al menos, el futuro inmediato. La inestabilidad de la sociedad argentina, atravesada por acontecimientos históricos aún no metabolizados y cuyo movimiento no garantiza que se encuentre en tránsito hacia lugar previsible alguno, no puede homogéneamente determinar el marco representacional en el cual se inserten los sujetos históricos que atraviesan hoy este tránsito entre la infancia y la juventud. Los procesos de desidentificación de los adultos, obligados radicalmente a reposicionarse cotidianamente para seguir garantizando su inserción en la cadena productiva – si no en el proceso social en su conjunto – constituyen tal vez uno de los obstáculos mayores para la elaboración de propuestas que no dejen a los adolescentes y jóvenes tempranos librados a la anomia.He marcado en otras ocasiones la diferencia existente entre los procesos de autoconservación y de autopreservación que constituyen dos ejes de la problemática de la subjetividad. Siendo el yo un residuo identificatorio que toma a su cargo y metaforiza en un conjunto representacional la totalidad del organismo, su masa ideativa se ordena alrededor de dos ejes: aquel que tiene que ver con la conservación de la vida y realiza las tareas necesarias para ello, y el que se determina como preservación de la identidad, como conjunto de enunciados que articulan el ser del sujeto, y no sólo su existencia – apelando a una cierta fórmula filosófica expandida-. En tiempos de estabilidad ambos coinciden, y se puede preservar la existencia sin por ello dejar de ser quien se es, vale decir sin dejar de sostener el conjunto de enunciados que permiten que uno se reconozca identitariamente: se puede ser solidario y tener trabajo, sobrevivir sin por ello destruir a nadie, ser generoso sin sucumbir a la miseria.... Pero en épocas históricas particularmente desmantelantes, ambos ejes entran en contradicción y la supervivencia biológica se contrapone a la vida psíquica, representacional, obligando a optar entre sobrevivir a costa de dejar de ser o seguir siendo quien se es a costa de la vida biológica. No es necesario un exceso de esfuerzo intelectual para encontrar ejemplos: las guerras, los campos de concentración, las situaciones de miseria extrema, todos ellos ponen de manifiesto que ambos sistemas pueden entrar en contradicción y dejar al sujeto inerme.La crisis identitaria de la sociedad argentina pone hoy de manifiesto que esta contradicción acecha, al menos en sus bordes, al conjunto. La reducción de quienes se ven lanzados al mercado laboral, a la inmediatez en la búsqueda de trabajo o a la conservación del mismo, atrapados en el sostenimiento de lo insatisfactorio y, paradójicamente, con temor a perderlo, conduce a que aquellos que podrían constituir modelos sociales de inserción de los adolescentes: padres o hermanos mayores, se vean hoy provistos de herramientas para propiciar modelos que les dan garantías futuras. La temporalidad ha quedado subsumida en esta inmediatez, y en ese marco el desmantelamiento de las propuestas identificatorias cobra una relevancia mayor.El proceso de desidentificación se ve agravado por el hecho de que el país se ha convertido en un lugar transitorio para los jóvenes que aún piensan en un futuro posible, y en un espacio sin sentido para quienes tienen vedado incluso esa perspectiva. Pero tal vez el signo más notable del vacío representacional en el que se ven sumergidos los adolescentes radique en que el discurso parental se ha ido deslizando, inevitablemente, hacia el plano autoconservativo: a lo autoconservativo inmediato cuando temen que anden por la calle porque les pueden robar o matar, o porque pueden matarse con una moto o un coche, o porque pueden quedar librados a situaciones impensadas de desprotección extrema. Y a lo autoconservativo mediato, cuando se les plantea que todo el sentido de su vida actual está regido por la necesidad de no caer de la cadena productiva en el futuro: que se diviertan lo que puedan, pero que al mismo tiempo se garanticen que sobrevivirán económicamente. Despojado el estudio de todo valor simbólico, es propuesto, en las representaciones dominantes de la sociedad, como medio de acceder a posibilidades de supervivencia. Y si el robo no es propiciado como una salida posible, ello no es sólo por los restos morales que la sociedad aún conserva, sino por la inviabilidad de un ejercicio exitoso del mismo sin acceso al poder económico o político.
Conocemos la adolescencia como categoría que alude, desde el punto de vista del proceso de constitución psíquica, al tiempo en el cual se despliegan los modos de definición que llevan a la asunción más o menos estable de la identidad sexual y a la recomposición de las formas de la identificación, las cuales se desanudan de aquellas propuestas originarias que marcaron las líneas que articulan las relaciones constitutivas enlazadas a los adultos significativos de la primera infancia –que cada vez más debemos ser cuidadosos de no diluir en la de progenitores- para abrirse a modelos intergeneracionales o de recomposición de los ideales en un proceso simbólico más desencarnado de los vínculos primarios.Desde esta perspectiva, la adolescencia es un tiempo abierto a la resignificación y a la producción de dos tipos de procesos de recomposición psíquica: aquellos que determinan los modos de concreción de las tareas vinculadas a la sexualidad, por una parte, y los que remiten a la desconstrucción de las propuestas originarias y a la reformulación de ideales que luego encontrarán destino en la juventud temprana y en la adultez definitiva.Con respecto a las tareas vinculadas a la sexualidad, es indudable que hay cambios, y que la dirección no se avizora aún, si bien algunas transformaciones son evidentes. Por una parte –me limitaré a Occidente y a aquellos sectores que atravesaron la modernidad- han cambiado las pautas de iniciación sexual. Al eclipsarse la reificación de la virginidad, mientras las niñas se encaminan alegremente a sus primeras relaciones, que consideran un rito iniciático de la feminidad, los varones se confrontan a la exigencia de masculinidad y potencia, lo cual transforma esta iniciación en un examen que garantiza a través del desempeño sus posibilidades futuras y corrobora la identidad.Habiendo dejado la familia de ser el lugar de impartición privilegiado de información en razón de que los medios han tomado a su cargo esta función, y habiendo quedado el semejante en función de mediador y metabolizador de información y ya no como fuente de proveniencia de la misma, los modelos identificatorios de la sexualidad no circulan alrededor de las figuras del entorno inmediato sino de personajes virtuales que han devenido familiares, al punto de que su destino y modos de operar forman parte del entretejido cotidiano y se convierten en opciones de cotejo intrageneracional.La identificación sexuada a la generación anterior estalla, y a diferencia de lo que ocurrió en los años ’60 con la llamada liberación sexual, cuyo estallido implicaba un enfrentamiento –lo cual es siempre, en última instancia, del orden del enlace-, actualmente las pautas de las generaciones anteriores no interesan, ni siquiera como frente de oposición, y se genera una nueva asimetría, en este caso sincrónica, entre esas figuras mediáticas cuyo ascendiente forma opinión y quienes deben acceder a la identificación sexual estable. De ahí también la importancia de los reality shows, que constituyen un modo de ensayo virtual pero no ficcional –al menos en el imaginario colectivo -, en cuya discusión se enfrascan los adolescentes y jóvenes barajando opciones y posibilidades, proyectando y asimilando modos de respuesta ante las tareas propuestas, las cuales siempre se definen por el modo de resolución de los conflictos intersubjetivos.Respecto del segundo aspecto, aquel que atañe a la desconstrucción de significaciones y a la recomposición de valores que el período de adolescencia impone – vale decir, a la asunción metabólica de enunciados que fueron aceptados o rechazados en la infancia por su proveniencia del adulto significativo-, es indudable que éste se presenta con mayor complejidad que en otras épocas, en razón de que la historia misma ha devastado significaciones operantes hasta hace pocos años, y las generaciones que tienen a su cargo el completamiento de la crianza de quienes vendrán a relevarlos en el proceso reproductivo y social se ven despojadas ya no de certezas sino de propuestas mínimas a ofrecer.Esto es evidente, en primer plano, en lo que hace a la familia y a la elección de profesión. Las significaciones que estructuran representaciones del mundo en el cual se designan los fines de la acción se muestran hoy ineficaces para enfrentar, al menos, el futuro inmediato. La inestabilidad de la sociedad argentina, atravesada por acontecimientos históricos aún no metabolizados y cuyo movimiento no garantiza que se encuentre en tránsito hacia lugar previsible alguno, no puede homogéneamente determinar el marco representacional en el cual se inserten los sujetos históricos que atraviesan hoy este tránsito entre la infancia y la juventud. Los procesos de desidentificación de los adultos, obligados radicalmente a reposicionarse cotidianamente para seguir garantizando su inserción en la cadena productiva – si no en el proceso social en su conjunto – constituyen tal vez uno de los obstáculos mayores para la elaboración de propuestas que no dejen a los adolescentes y jóvenes tempranos librados a la anomia.He marcado en otras ocasiones la diferencia existente entre los procesos de autoconservación y de autopreservación que constituyen dos ejes de la problemática de la subjetividad. Siendo el yo un residuo identificatorio que toma a su cargo y metaforiza en un conjunto representacional la totalidad del organismo, su masa ideativa se ordena alrededor de dos ejes: aquel que tiene que ver con la conservación de la vida y realiza las tareas necesarias para ello, y el que se determina como preservación de la identidad, como conjunto de enunciados que articulan el ser del sujeto, y no sólo su existencia – apelando a una cierta fórmula filosófica expandida-. En tiempos de estabilidad ambos coinciden, y se puede preservar la existencia sin por ello dejar de ser quien se es, vale decir sin dejar de sostener el conjunto de enunciados que permiten que uno se reconozca identitariamente: se puede ser solidario y tener trabajo, sobrevivir sin por ello destruir a nadie, ser generoso sin sucumbir a la miseria.... Pero en épocas históricas particularmente desmantelantes, ambos ejes entran en contradicción y la supervivencia biológica se contrapone a la vida psíquica, representacional, obligando a optar entre sobrevivir a costa de dejar de ser o seguir siendo quien se es a costa de la vida biológica. No es necesario un exceso de esfuerzo intelectual para encontrar ejemplos: las guerras, los campos de concentración, las situaciones de miseria extrema, todos ellos ponen de manifiesto que ambos sistemas pueden entrar en contradicción y dejar al sujeto inerme.La crisis identitaria de la sociedad argentina pone hoy de manifiesto que esta contradicción acecha, al menos en sus bordes, al conjunto. La reducción de quienes se ven lanzados al mercado laboral, a la inmediatez en la búsqueda de trabajo o a la conservación del mismo, atrapados en el sostenimiento de lo insatisfactorio y, paradójicamente, con temor a perderlo, conduce a que aquellos que podrían constituir modelos sociales de inserción de los adolescentes: padres o hermanos mayores, se vean hoy provistos de herramientas para propiciar modelos que les dan garantías futuras. La temporalidad ha quedado subsumida en esta inmediatez, y en ese marco el desmantelamiento de las propuestas identificatorias cobra una relevancia mayor.El proceso de desidentificación se ve agravado por el hecho de que el país se ha convertido en un lugar transitorio para los jóvenes que aún piensan en un futuro posible, y en un espacio sin sentido para quienes tienen vedado incluso esa perspectiva. Pero tal vez el signo más notable del vacío representacional en el que se ven sumergidos los adolescentes radique en que el discurso parental se ha ido deslizando, inevitablemente, hacia el plano autoconservativo: a lo autoconservativo inmediato cuando temen que anden por la calle porque les pueden robar o matar, o porque pueden matarse con una moto o un coche, o porque pueden quedar librados a situaciones impensadas de desprotección extrema. Y a lo autoconservativo mediato, cuando se les plantea que todo el sentido de su vida actual está regido por la necesidad de no caer de la cadena productiva en el futuro: que se diviertan lo que puedan, pero que al mismo tiempo se garanticen que sobrevivirán económicamente. Despojado el estudio de todo valor simbólico, es propuesto, en las representaciones dominantes de la sociedad, como medio de acceder a posibilidades de supervivencia. Y si el robo no es propiciado como una salida posible, ello no es sólo por los restos morales que la sociedad aún conserva, sino por la inviabilidad de un ejercicio exitoso del mismo sin acceso al poder económico o político.
Tiempo de angustia
El aceleramiento en la pubertad de tareas vinculadas a la adolescencia, y en la adolescencia de propuestas que deberían ser patrimonio de los jóvenes, no es sino el efecto de la angustia que rige al conjunto, del temor a que los goces no alcanzados en el presente ya no tengan lugar en el futuro, y sería de un moralismo vaciado de contenido histórico acusar a nuestra sociedad de dejarse ganar por la falta de valores y el vacío con el cual algunos teóricos del primer mundo cualifican los fenómenos que observan, porque aquello que los determina en uno y otro caso responde a causas diversas y se rige por motivaciones de otro orden.¿Se puede realmente proponer, sin embargo, que estamos ante un proceso en el cual los adolescentes se ven sometidos, en virtud de las condiciones imperantes para los adultos, a la ausencia de un universo identificatorio posible? No parece haber racionalidad que pueda realmente sostener un enunciado de este tipo. Las instituciones mediadoras de la identificación han variado, y de ellas depende la posibilidad de recomposición de procesos identificatorios que den garantía para parar la desintegración que amenaza a la sociedad argentina. Es notable que, carentes de grandes propuestas compartidas, sigan operando sin embargo microgrupos que rearticulan modos de cohesión y de re-identificación para los adolescentes y jóvenes – e incluso para los adultos-.Sin embargo, no se vislumbran aún grandes proyectos capaces de articular una re-identificación de conjunto de la sociedad, la cual sólo se identifica en el sufrimiento actual compartido. Siendo milagroso que aún se conserven, luego de traumatismos reiterados y desilusiones innumerables, rasgos de solidaridad y espíritu de recomposición que aún cuando no cuajen en grandes propuestas de esperanza conservan resquicios por los cuales los tres pilares de la identificación que constituyen las representaciones, los fines compartidos y los afectos ligadores todavía persistan. Es allí donde los restos de un país solidario que se define por la producción de bienes simbólicos sigue emergiendo en los intersticios; y en estos intersticios es donde se insertan las posibilidades identificatorias de los adolescentes. Desde los movimientos de rescate específico de su historia –en la cual La Noche de los Lápices ha ocupado un lugar definitivo como símbolo de una generación que trasciende- hasta la participación ya no como adolescentes que se permiten una moratoria sino fundidos en una masa que abarca varias generaciones en razón de que el trabajo o su carencia homogeneiza más allá de las particiones que la ley de educación obligatoria impone, se gestan modos de re-identificación posible. Sin dejar de lado en este balance las formas espontáneas de recomposición de la marginalidad en la cual las identificaciones recíprocas se proponen por la generación de códigos intraestamento, que intentan liberar el robo concebido como trabajo de la tutela perversa de los adultos que hacen usufructo del mismo.Y todo ello intentando producir, pese a todo, la recomposición de grandes espacios compartidos, recitales en los cuales las palabras de la música que escuchan suplantan al discurso político de antaño, no menos productoras de sentido que aquellas que agitaron a otras generaciones, aún cuando no puedan convertirse por ahora en propuesta transformadora limitándose así a la protesta identificatoria que les hace sentir, por un momento, que participan de un todo que los ensambla y los libera del riesgo desintegrador.Los requisitos de una re-identificación humanizante tienen entonces algunas puntas desde las cuales sostenerse, y ello desde un proceso de identificación recíproca del conjunto, ya que no hay condiciones para proponer una perspectiva identificatoria a los adolescentes si no se recomponen las grandes líneas de la identidad que se ven fracturadas en este momento de la historia en los adultos mismos. Identidad que no puede articularse sino en el continuo de una recuperación histórica de los enunciados que, más allá de sus fallas y derrotas, formaron a varias generaciones de cuyo capital simbólico aún se alimenta el país, y al cual no debemos renunciar sin una revisión profunda que nos permita saber quiénes somos, sin una asimilación fácil de las aporías e impasses a las que fuimos conducidos, con las dosis de verdad en las cuales lo más lúcido del siglo XX se constituyó.
El aceleramiento en la pubertad de tareas vinculadas a la adolescencia, y en la adolescencia de propuestas que deberían ser patrimonio de los jóvenes, no es sino el efecto de la angustia que rige al conjunto, del temor a que los goces no alcanzados en el presente ya no tengan lugar en el futuro, y sería de un moralismo vaciado de contenido histórico acusar a nuestra sociedad de dejarse ganar por la falta de valores y el vacío con el cual algunos teóricos del primer mundo cualifican los fenómenos que observan, porque aquello que los determina en uno y otro caso responde a causas diversas y se rige por motivaciones de otro orden.¿Se puede realmente proponer, sin embargo, que estamos ante un proceso en el cual los adolescentes se ven sometidos, en virtud de las condiciones imperantes para los adultos, a la ausencia de un universo identificatorio posible? No parece haber racionalidad que pueda realmente sostener un enunciado de este tipo. Las instituciones mediadoras de la identificación han variado, y de ellas depende la posibilidad de recomposición de procesos identificatorios que den garantía para parar la desintegración que amenaza a la sociedad argentina. Es notable que, carentes de grandes propuestas compartidas, sigan operando sin embargo microgrupos que rearticulan modos de cohesión y de re-identificación para los adolescentes y jóvenes – e incluso para los adultos-.Sin embargo, no se vislumbran aún grandes proyectos capaces de articular una re-identificación de conjunto de la sociedad, la cual sólo se identifica en el sufrimiento actual compartido. Siendo milagroso que aún se conserven, luego de traumatismos reiterados y desilusiones innumerables, rasgos de solidaridad y espíritu de recomposición que aún cuando no cuajen en grandes propuestas de esperanza conservan resquicios por los cuales los tres pilares de la identificación que constituyen las representaciones, los fines compartidos y los afectos ligadores todavía persistan. Es allí donde los restos de un país solidario que se define por la producción de bienes simbólicos sigue emergiendo en los intersticios; y en estos intersticios es donde se insertan las posibilidades identificatorias de los adolescentes. Desde los movimientos de rescate específico de su historia –en la cual La Noche de los Lápices ha ocupado un lugar definitivo como símbolo de una generación que trasciende- hasta la participación ya no como adolescentes que se permiten una moratoria sino fundidos en una masa que abarca varias generaciones en razón de que el trabajo o su carencia homogeneiza más allá de las particiones que la ley de educación obligatoria impone, se gestan modos de re-identificación posible. Sin dejar de lado en este balance las formas espontáneas de recomposición de la marginalidad en la cual las identificaciones recíprocas se proponen por la generación de códigos intraestamento, que intentan liberar el robo concebido como trabajo de la tutela perversa de los adultos que hacen usufructo del mismo.Y todo ello intentando producir, pese a todo, la recomposición de grandes espacios compartidos, recitales en los cuales las palabras de la música que escuchan suplantan al discurso político de antaño, no menos productoras de sentido que aquellas que agitaron a otras generaciones, aún cuando no puedan convertirse por ahora en propuesta transformadora limitándose así a la protesta identificatoria que les hace sentir, por un momento, que participan de un todo que los ensambla y los libera del riesgo desintegrador.Los requisitos de una re-identificación humanizante tienen entonces algunas puntas desde las cuales sostenerse, y ello desde un proceso de identificación recíproca del conjunto, ya que no hay condiciones para proponer una perspectiva identificatoria a los adolescentes si no se recomponen las grandes líneas de la identidad que se ven fracturadas en este momento de la historia en los adultos mismos. Identidad que no puede articularse sino en el continuo de una recuperación histórica de los enunciados que, más allá de sus fallas y derrotas, formaron a varias generaciones de cuyo capital simbólico aún se alimenta el país, y al cual no debemos renunciar sin una revisión profunda que nos permita saber quiénes somos, sin una asimilación fácil de las aporías e impasses a las que fuimos conducidos, con las dosis de verdad en las cuales lo más lúcido del siglo XX se constituyó.
Reflexiones:
1.- Interiorízate sobre quién es la autora del texto.
2.- ¿Qué quiere expresar la autora con la expresión:
- La adolescencia es tiempo abierto de resignificación.
3.- Empleando el esquema que prefieras sintetiza las categorías.
- Tiempos de Cambios.
-Tiempos de Angustia.
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